domingo, 10 de julio de 2011

Los Almogávares; Mercenarios de Leyenda.


Tropas almogávares. Detalle del cuadro de José Moreno Carbonero, "Tropas almogávares desfilan ante el emperador bizantino", de 1888.

Cuentan las crónicas que desenvainaban sus largos cuchillos y empezaban a percutirlos contra las piedras de manera que saltaran chispas; al mismo tiempo, todos a una, lanzaban su grito de guerra “!Desperta Ferro!”, sembrando el terror entre las filas enemigas, que veían aproximarse una jauría de hombres sedientos de sangre. Eran los almogávares, mercenarios procedentes en su mayoría de los más profundos valles del Pirineo catalano-aragonés, quienes contratados como guerreros a sueldo por la Corona de Aragón escribieron grandes páginas de una historia que les ha dado la espalda, pues en la actualidad pocos tienen conocimiento de sus hazañas.
El término almogávar, hombres que realizan incursiones en territorio enemigo, ya nos acerca al carácter de estos hombres a los que se les relaciona con un posible origen visigodo. Esta asociación con los antiguos pobladores de la península Ibérica se debe principalmente a sus vestimentas, pues vestían a la antigua usanza visigoda, con ropas muy toscas hechas con pieles de animales; cinturones rudos de cueros, a los que ceñían sus largos cuchillos llamados coltell, y remataba la indumentaria un peculiar casco en forma de redecilla, hecha de hierro, convertido en un signo distintivo de estos guerreros.
Los almogávares se agruparon en compañías de mercenarios que bajo la bandera de la Corona de Aragón, participaron en las momentos de mayor expansión del reino peninsular.
Las Compañías de Almogávares fueron reclutadas para luchar contra los musulmanes en el siglo XIII, en los años de más actividad de la reconquista aragonesa. Lucharon en las ejércitos de Jaime I el Conquistador durante la toma de Valencia y en los de Pedro el Grande, que llevó la expansión del Reino de Aragón hasta Sicilia, siendo estos rudos montañeses pieza clave en la toma de la isla y en la no restitución de la misma a los francos.
Tras las campañas sicilianas, aparece la figura de Roger de Flor, un antiguo templario que acaudilla a los almogávares de Sicilia, los cuales se agrupan en la denominada Compañía Catalana. Ésta pone rumbo hacía el otro extremo del Mediterráneo para luchar como soldados de fortuna bajo las insignias imperiales de Bizancio.
A mediados del año 1303, aproximadamente unos 7.000 hombres desembarcaron en Constantinopla, y desfilaron en el hipódromo ante el emperador Andrónico, y su hijo, Miguel.
En tierras orientales los almogávares obtuvieron triunfo tras triunfo sobre las tropas turcas, siendo no pocas las ciudades que requerían sus servicios para librarse del acecho otomano. Los almogávares consiguieron dar un respiro de varios años al Imperio Romano de Oriente, hasta su definitivo derrumbe culminado con la caída de su capital, Constantinopla, a mediados del siglo XV.
Pero a los éxitos, se unió la desconfianza por parte del cobasileo Miguel, que veía como el poder y la fama de los aragoneses podían amenazar el poder Imperial, por otro lado los continuos enfrentamientos con otros mercenarios contratados por el imperio, como alanos y genoveses, tampoco ayudaba al buen entendimiento entre las autoridades imperiales y la Compañía Catalana. La tensión fue in crecendo  hasta desembocar en el asesinato del jefe de la Compañía, Roger de Flor, junto con gran parte de los oficiales. Una vil acción ordenada por Miguel, y que trajo consigo una declaración de guerra al Imperio Bizantino por parte de los almogávares. Esta traición es el origen de la llamada “Venganza Catalana”, pues los menos de  4.000 hombres con los que todavía contaba la Compañía sembraron el pánico en tierras de Bizancio, arrasando con todo lo que encontraban a su paso con el único objetivo de saciar su sed de venganza por la acción de la que fueron víctimas.
Los almogávares  tuvieron durante varios años en jaque a todo un Imperio que veía como sus ejércitos eran destrozados una y otra vez, y las ciudades eran saqueadas una tras otra, hasta que tras un tiempo vagando por tierras orientales, estos soldados de fortuna, ricos de botín, arrebataron el Ducado de Atenas al franco Gautier de Brienne, y más tarde, crearon el Ducado de Neopatría, también en tierras griegas.
Durante setenta y siete años en estos territorios ondeó los colores del Reino de Aragón, hasta que en 1388, otros mercenarios hispanos, la Compañía Navarra, pusieron el punto y final a la epopeya de la Compañía Catalana, venciendo a unos descendientes faltos de ese espíritu belicoso y aventurero de aquellos almogávares que convirtieron el grito “!Desperta Ferro¡” en leyenda.

6 comentarios:

Moisés Camacho dijo...

buena aproximación Carlos

Moisés Camacho dijo...

o pepe no sé jaja

Pretoriano dijo...

Jejeje, somos un uno, un ente, una dualidad, somos, Pretorianoo!! Gilipolleces aparte, esta entrada es del insigne historiador tarifeño Pepe León.

PLR dijo...

Me alegro que que te haya gustado Moi!!!, por cierto pásalo bien por la Capital del Imperio!!!
Carlos, me vas a poner colorao!!! jejeje
Un saludo del otro Pretoriano.

Esther dijo...

Buen articulo camarada León, Desperta Ferro!

Pretoriano dijo...

Muchas gracias Rubia!!!
Un saludito desde Tarifa!!!
El camarada León.